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Foto del escritorEsther María

1-2-3 POR MI.


Nunca fue fácil. El pánico escénico, el susto a hablar en público, los nervios incontrolables y el horror al error. Siempre fue difícil. Simplemente el pavor paralizante se convertía en la excusa perfecta para permanecer escondida, pero…1-2-3 por Esther.

Comencé primer semestre de ingeniería de sonido en el 2012. Un sueño hecho realidad, la emoción mas grande, el comienzo de una nueva etapa que nutriría el resto de mi vida. Lo cierto es que nunca fue fácil, y no me refiero a las actividades académicas o proyectos, sino a los desafíos que tuve que sobrellevar para enfrentar mis mas grandes miedos. Cualquiera que me conociera en ese momento hubiera pensado sin dudar que me refiero a la nueva independencia universitaria, que rompía en cámara lenta la burbuja que me encerraba.

Todo fue más evidente en aquella ocasión, la primera exposición. Tuve que hablar frente a cientos de personas, o por lo menos eso sentía. La multitud representada en mis 20 compañeros de clase me ahogaba; sentía como se cerraba mi garganta, como un hormigueo intenso recorría mi cuerpo, mis ojos se empañaban y en segundos me hundía en un profundo estado de amnesia académica. ¿qué me pasaba? Estaba segura de haber preparado mi tarea.

En un pequeño instante alcancé a entrever una pequeña sombra en mis recuerdos. Ahí lo supe, no lo había superado. Enseguida me remonté en aquellas experiencias traumáticas, no muy lejanas, del año anterior. Un miércoles de mayo, probablemente lluvioso, por la humedad en las paredes y el olor del pasto mojado que entraba al aula. Es día tuve que sustentar mi propuesta inicial de monografía -el tema que tanto me apasionaba- frente a los chicos de 6to-A en el salón del lado.

Algunos compañeros voluntarios comenzaron con sus propuestas, yo prefería esconderme y dejar que el tiempo pasara para evitar la penosa experiencia mientras sonaba la campana. Claro está, como en el juego, no pudo faltar…1-2-3 por Esther: Señorita María, por favor, presentar.

Respiré hondo, me decidí a entrar al aula de presentación. Podría asegurar que en el primer intento casi salen las palabras, aunque las evidencias demuestran lo contrario. No tengo claro cómo ocurrió, todo fue muy rápido. Solo sé que en un relámpago el profesor, al que le decían momo, solicitó a todos que sacaran una hoja de su cuaderno y la arrugaran hasta crear una bola. ¿qué iban a hacer con eso? ¿para qué? ¿por qué a mi?, a pesar de la incertidumbre, logré reincorporarme y comenzar la presentación, pero en la mitad del camino, nuevamente el relámpago interrumpió: ¡Todos tiren las bolas!... 1-2-3 por Esther. En definitiva, estaba en el paredón. Aquel fue el inicio del desatar de mis miedos más grandes.

Esas latentes sombras volvían a perturbarme en esta nueva etapa, frente a mis compañeros de clase. Esta vez, nadie buscaba atormentarme. Mis nuevos amigos me apoyaron, me fortalecieron y me ayudaron a superar lo anterior. Sin mentir, trabajaron para liberarme del lastre que cargaba. En este momento, mirando hacia atrás, me siento agradecida por ellos. Nuevamente, como en el juego: salvaron patria.

Pero mi gratitud también va por las oportunidades que se presentaron en el camino para cerrar ciclos. Después de varios semestres, inesperadamente me encontré con el mencionado profesor. Iba en un bus casi lleno, solo había un asiento disponible, justo a mi lado cuando se subió un hombre tambaleándose, buscando dónde ubicarse, y cuando logré reconocerlo ya se había sentado en ese espacio. Estaba borracho. Me reconoció. Comenzó una conversación que en medio de la gran incomodidad en el ambiente me produjo tranquilidad.

Fue una plática con tintes amargos al recibir con sus palabras los presagios que recordaba haber hecho sobre mí en el colegio y con tintes restauradores al felicitarme genuinamente por lo que había alcanzado hasta el momento. Rápidamente, al llegar a su parada suplicó al conductor que le abriese la puerta para que seguidamente, se bajara gritando “soy el rey del mundo”. No estoy segura si a la mañana siguiente se dio por enterado de nuestro encuentro, pero me alegró haberle visto.

Si el momo supiera dónde estoy en este momento. ¿estaría orgulloso? ¿estaría arrepentido? ¿se llevaría el mérito de mis logros? En definitiva, ya no importa, ya lo perdoné. Ahí va el “rey del mundo”. Bien ido seas. Gracias por tus enseñanzas…1-2-3 por mí.

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